Todos aquellos que alguna vez en su vida han cambiado de trabajo, de grupos, de vecindario o, enfocándolo a los esports, de juego o de equipo; saben que no es sencillo llegar, besar el santo y estar completamente aceptado e integrado. En la condición social humana se establecen una serie de barreras que sólo ciertos tiempos o protocolos son capaces de ir venciendo. Esta semana, que se está haciendo un poco cuesta arriba por la lenta resiliencia de mi cuerpo tras el ESL Clash of Nations by Movistar, creo que al fin he entrado de forma oficial en el deporte electrónico.
Cuando me dijeron que confiaban en mí para ejercer como presentador (es cierto que quizá el término inglés ‘host’ defina mejor en este caso el papel, pero me aferro a mi castellano) de la primera edición del CoN me dio la sensación de que era uno de los retos más complicados de mi vida. De hecho, antes del evento tenía claro que sólo había dos formas de salir de un desafío como ese. Tenía toda la pinta de ser una jugada a cara o cruz, aunque también es cierto que en determinados momentos de la vida somos incapaces de distinguir los matices grises que siempre existen entre el blanco y el negro. Así que sí, por supuesto que estaba nervioso la noche de antes; por supuesto que dormí poco antes del estreno y desde luego que hube de tragar varias veces saliva mientras escuchaba a través de los cascos la cuenta atrás para que diese comienzo un torneo que era una apuesta grande de mucha gente.
En esos instantes, en esos segundos previos antes de iniciar cualquier directo, siempre he pensado en la responsabilidad que le toca al que está delante de las cámaras. Detrás de un evento como este hay una cantidad de esfuerzos y de gente brutal. Montaje de escenario, acoplamiento de los medios técnicos y muchos profesionales detrás poniendo de su parte para que todo salga; los nervios de los realizadores de los juegos, de los productores que lo coordinan todo y, en este caso, la puesta en escena de un proyecto. Porque este evento ha supuesto el unir por primera vez todas las piezas que hoy por hoy se combinan en el proyecto Movistar Esports: Movistar+, por supuesto; ESL como organizador; las pinceladas que pudo aportar The Gaming House, de GameTV; y hasta el equipo, Movistar Riders, que tenía un desafío importante ante sí. Y a diez segundos para salir al aire, todo eso descansa sobre tus hombros.
La obsesión es hacer una buena entrada, algo que capte por completo a los espectadores y que les lleve, casi sin darse cuenta, a quedarse contigo. Esa es la única parte que siempre he trabajado de antemano. Por supuesto que llevas datos anotados, has recabado información en la semana previa y demás. Pero en cada ducha, en cada trayecto en coche de un lado a otro, en cada carrera entrenando en solitario, has tenido en tu cabeza una gran variedad de ideas para abrir la retransmisión. Sabes que saliendo bien eso, lo demás debe fluir. Bueno, eso lo sé ahora, porque si tengo que hacer esto con veinte años quizá todo hubiera sido diferente.
Una vez arrancas, lo importante pasa a ser establecer una buena sintonía con los compañeros que vas a tener a tu alrededor, arropándote con su saber hacer y sus conocimientos, mucho más profundos que los tuyos. Ahí ha sido muy sencillo trabajar con Korean, Muito, Squeed, Asdriid y Aeroz. Todo el tiempo con una sonrisa, con una broma, con disposición para hacer y con ganas de disfrutar de un trabajo que nunca va a durar menos de diez horas.
A eso de la una de la madrugada del domingo, cuando ya había hecho las paces con mi sofá y mis gatas, saboreando una cerveza con cierta pausa, un buen amigo me mandó un mensaje: “Ahora sí has entrado en los esports”.