El último fin de semana ha tenido de todo: el no puedo más de un streamer superado por su propia presencia hasta el pique absurdo entre dos estrellas con ganas de protagonismo.
El circo. Confieso que nunca me gustó. De pequeño me llevaron a uno y fue todo lo necesario para saber que no quería volver. Hoy en día tengo un respeto máximo a los profesionales que se encargan de entretener en la carpa, pero mi puerta a volver está cerrada. Otros que entretienen son los streamers. Y también montan su propio circo.
Este fin de semana, el cabeza de cartel de la función circense era el acróbata suicida. El que salta en el aire y nunca se cae. El que al principio tiene red de seguridad y acaba quitándola con la falsa seguridad de que siempre va a llegar al siguiente trampolín.
Este acróbata, de nombre Joaquín, empezó con red. La confianza en sí mismo le dio tal fama que el público acudía cada vez más a ver sus proezas. "Ohhh", gritaban temerosos algunos cuando parecía que no iba a llegar a la siguiente plataforma. "Ojalá se estampe", deseaban los que querían verle sangrando en el suelo.
Borracho de osadía, enfrentándose al peligro y a todo a quien se pusiese delante, Joaquín decidió un buen día eliminar la red de seguridad y saltar al vacío. En sus adentros sabía que era peligroso, pero enterró ese sentimiento para vanagloriarse de sus hazañas. Los aplausos y el dinero era lo único que quería, y cada vez tenía más de ambos.